Creciendo y haciendo crecer con juegos de mesa

Azael J. Herrero

08/10/2024

Crecí en los años 80 en una familia unida, de esas que se reúnen alrededor de la mesa después de comer y alargan la sobremesa hasta que, en ocasiones, se hace de noche. En casa de mi abuela María Rosa, esas reuniones a menudo se amenizaban con un juego de naipes (Rummy, Canasta o Pocha) o con un juego de mesa que habíamos heredado de la familia de mi madre (El Palé, La Gran Cacería o La Fuga de Colditz).

Si hoy tengo la suerte de disfrutar de una familia unida, en la que la comunicación es constante y en la que siempre hemos trabajado juntos como un equipo, creo que mucho se lo debemos a esas tardes. Las largas partidas de juegos y las conversaciones sin prisas alrededor de una mesa nos enseñaron a colaborar, a negociar, y a disfrutar del tiempo juntos. Fue ahí, entre risas y estrategias, donde aprendí lo que significa ser parte de un equipo, y no tengo duda de que esos momentos influyeron en la forma en que nos relacionamos.

Pero no todo eran juegos de mesa. En los años 80, los patios de los colegios estaban abiertos por las tardes, y siempre había niños jugando al aire libre. Para mí, eso significaba baloncesto. Pasaba horas en el patio del colegio lanzando tiros, rodeado de amigos, sin preocupaciones. Era una época diferente, en la que el tiempo parecía fluir de otro modo. Sin embargo, cuando el tiempo no acompañaba o simplemente queríamos un plan más tranquilo, volvíamos a los juegos de mesa. Y esos recuerdos siguen tan vivos como el primer día.

Recuerdo con cariño aquellas tardes con mis amigos (Chuchi, David, Juan, Pablo, César, Rubén) jugando a juegos como El Hotel, Misterios de Pekín, Embrujada o Atmosfear. Pero hay uno que destaca especialmente en mi memoria: Hero Quest. Aquel tablero, las figuras, y las aventuras que vivíamos eran algo mágico. Hero Quest fue el primer juego que me hizo sentir parte de un universo fantástico, y ese fue solo el comienzo.

Fue en esa época también cuando jugué mi primera partida de rol. La experiencia me dejó completamente fascinado. La inmersión en el juego, la libertad creativa y las posibilidades ilimitadas me atraparon de inmediato. Pronto empecé a crear mis propias aventuras para compartir con mi hermano Javier y mi tío Manolo. Aquellos momentos de pura imaginación me abrieron las puertas a un mundo nuevo que, aún hoy, sigue siendo parte de mi vida.

Llegaron los años 90, y con ellos la adolescencia, las discotecas y el sonido del bacalao. Durante esos años, los juegos de mesa pasaron a un segundo plano. Sin embargo, un día llegó a mis manos el juego de cartas El Señor de los Anillos: La Tierra Media, y ese fue el inicio de una nueva etapa. Este juego me empujó a leer las novelas de J.R.R. Tolkien. Fue entonces cuando me convertí en un auténtico friki. Las películas de El Señor de los Anillos de Peter Jackson terminaron de consolidar mi pasión por este mundo. He perdido la cuetna de las veces que he visto la trilogía, pero siempre me transportan a mi universo favorito.

En 2011, en una casa rural con amigos, Elvira Jensen sacó el juego Dixit y ya fue el acabose. A partir de ese momento me sumergí de lleno en el mundo de los juegos de mesa modernos, un lugar del que no he salido y, sinceramente, no tengo intención de hacerlo. Desde entonces, he estado totalmente involucrado: perfil en la BGG, activo en foros como la BSK, asistente habitual a concentraciones y organizando partidas mensuales con mi grupo de amigos.

Ahora, transmito esa pasión a mis hijas. Con mi hija mayor, que ya tiene 18 años, empecé cuando tenía 4 o 5 años, y desde entonces hemos jugado juntos casi todos los meses. Siempre ha sido una niña aplicada, con un rendimiento académico excelente, y destacando en aspectos como el respeto hacia los demás y la empatía. Estoy convencido de que parte de estos logros se deben a los juegos de mesa. Actualmente, hago lo mismo con mi hija pequeña, que tiene 7 años, y me encanta ver cómo sigue desarrollando esas mismas cualidades. Ya os iré contando más sobre esta “investigación” familiar.

Mirando hacia atrás, los juegos de mesa han sido mucho más que una forma de entretenimiento para mí. Han sido una herramienta para construir relaciones, desarrollar habilidades y disfrutar del tiempo en familia. Y aunque el mundo cambia, esos momentos frente a un juego de mesa siguen teniendo el mismo valor, y continúan siendo parte esencial de mi vida.